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La relaciones humanas crean relaciones de afecto y confianza. En una organización política también se crean lazos que unen a las personas. Las famosas corrientes de los partidos van más allá, son círculos de afinidad, ideológica y metodológica, pero también pueden ser simplemente círculos de confianza o lo que es peor grupos de oposición a otra corriente, idea o persona. Estos círculos se generan en torno al activismo, al militante. A la hora de elevar a representantes o cargos de relevancia en un partido político estas corrientes se mueven para conseguir situar a personas afines o pertenecientes a las mismas. Muchas veces estos movimientos de fondo simplemente nacen en torno a una persona representativa o líder y se ocupan de auparla o de aupar a afines. Un caso de particular relevancia es la corriente liderada por Felipe González en el PSOE. En torno a él, a su liderazgo, se forma una corriente que controlará no sólo el partido sino el gobierno del país más adelante. Muchas veces estas corrientes se enfrentan en terribles luchas de poder. Todos conocemos la temible batalla que libraron en la comunidad de Madrid Alberto Ruíz Gallardón y Esperanza Aguirre. Una encarnizada lucha por el poder en las instituciones y puestos de poder a todos los niveles.
Desde luego no me parece mal que existan estas corrientes, creo que es sano que cada uno encuentre su terreno de afinidad y pueda compartir y debatir con otros opuestos. Lo que me perturba es que estos círculos reducidos de militantes acaparen el poder en una organización. Al ser grupos, de como mucho, varias decenas de personas su afinidad puede degenerar en clientelismo o coorporativismo. Es decir que al final en lugar de defender ideas acaban defendiendo sus futuros puestos, al final se acaban defendiendo y apoyando para ser luego apoyados a su vez y devolverse así los favores. El «yo te apoyo» y tu me colocas es el pan de cada día en los partidos tradicionales de este país.
Mi idea de como debe funcionar un partido es muy distinta. Un partido representa a sus electores, que en el caso de los partidos con representación suelen ser cientos de miles de personas. Los electores apoyan a un partido por la confianza en sus formas, métodos, ideología y también por las personas que lo representan. Por lo tanto, con todo el cariño del mundo, debo decir a los militantes y activistas de los partidos que no pueden pretender controlar el partido, apoderarse de él. Esta función le corresponde a los electores, es decir al conjunto de posibles votantes del partido, al ciudadano simpatizante. Para ello se deben establecer lo correctos mecanismos que posibiliten esta interacción masiva con los cientos de miles de personas que apoyan un partido para permitir ese empoderamiento del elector.
La implantación de la democracia directa mediante votaciones en internet es la herramienta que necesitamos para conseguir este objetivo. En un partido se deberían votar de manera directa la principales decisiones importantes que se tomen, si no todas con un mecanismo de democracia líquida. En algunos partidos como Equo se ha comenzado a andar en esta dirección, una plataforma de voto electrónico ha permitido tomar algunas decisiones relevantes, aunque no abierto a simpatizantes sino a militantes. Además las listas de personas que adquieren una representatividad, tanto en órganos de coordinación como en lista de candidaturas se han realizado de un forma abierta. Primero usando la forma del simpatizante y luego directamente abriendo a todas aquellas personas con interés. Estos procesos masivos pueden romper con las estructuras clientelistas dado que ante una votación masiva, con la suficiente participación, estos grupos de poder internos pierden el control. Cabe esperar que Equo siga evolucionando en esta dirección, ya que es el camino adecuado. Aún así no está todo resuelto. En mi opinión, el mecanismo para elegir los puestos de trabajo internos es también fundamental y hasta ahora no se le ha dado la suficiente importancia. Se debería focalizar la atención en este punto para empezar a pensar formas alternativas de elección de los puestos remunerados y se deberían gestionar en un marco de presupuestos participativos, donde de manera colectiva se pueda decidir en que se utiliza el dinero común de la organización. Cuanto menos dinero se tenga más fácil será este asunto, así que es conveniente abordar este tema cuanto antes.

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